Posteado por: mariaisabelherrero | agosto 1, 2013

Educar el carácter de tu hijo

Este niño es un rabo de lagartija desde que nació”, dice una madre entre suspiros. “Mi niña siempre ha sido muy tímida”, afirma otra. Quizá veas a tu hijo reflejado en una de estas frases, o puede que desde bebé haya sido tranquilo, o alegre, o llorón…

Y quizá pienses que nada de lo que tú hagas cambiará ese modo de ser. Pero no es cierto. Al niño nervioso se le puede educar para que canalice mejor su actividad; el tímido puede aprender a sentirse más a gusto en las relaciones; al alegre puede potenciársele su buen humor… Y tú tendrás mucho que ver en ello.

Una forma de ser

Para que nos entendamos: cada niño nace con una forma innata de ser (el temperamento) que está influida por los genes de sus progenitores, de sus antepasados…

Sin embargo, a medida que crece la relación que sus padres establecen con él, su forma de tratarle, el entorno en el que se mueve y el contacto con otras personas van influyendo, y mucho, en cómo será, es decir, en su carácter. En otras palabras: el factor hereditario estará presente en la vida de tu hijo, pero tus directrices educativas pueden neutralizar, atenuar o ampliar muchas de sus conductas y formas de reaccionar.

Los aspectos innatos

Por eso, si quieres que tu influencia sobre el carácter de tu hijo sea lo más beneficiosa posible, conviene que sepas cuál es su temperamento innato. Así podrás comprender y responder mejor a sus comportamientos y educarle potenciando sus rasgos más positivos.

En este sentido, hace unos años, Stella Chess y Alexander Thomas, psicólogos de la Universidad de Nueva York, siguieron la evolución de 136 niños desde su nacimiento hasta su edad adulta. Y concluyeron que existen nueve aspectos del modo de ser que son innatos: el nivel de actividad (excitabilidad e irritabilidad); la regularidad en los ritmos biológicos (dormir, comer, hacer sus necesidades…); las reacciones ante nuevas situaciones; la adaptabilidad a los cambios; la capacidad de respuesta (mayor o menor intensidad); la susceptibilidad a los estímulos (luz, ruidos…); el humor (alegre, sombrío…); la capacidad de distracción y la persistencia en la consecución de un objetivo.

Estos nueve aspectos se combinan de modos diferentes y dan lugar a cuatro categorías de temperamentos:
•Fácil. El bebé de esta categoría es alegre, poco exigente y con buen humor. Establece pronto una rutina y acepta con entusiasmo situaciones o personas nuevas. Sus emociones y reacciones son moderadas, cuando se queja lo hace de forma tranquila y se conforma fácilmente. Si tu hijo pertenece a esta categoría, a medida que crezca seguirá dándote muchas alegrías. Pero no olvides que, al ser tan dócil y flexible, es fácil pasar por alto sus límites. Y que de mayor puede que le cueste defenderse.
•De adaptación lenta. De bebé, este niño es reservado y vergonzoso. Requiere un ritmo fijo y es reacio a los cambios, pero cuando se introducen gradualmente los acepta (aunque puede ser muy persistente a veces). Antes de participar en una situación nueva necesita observarla. Alrededor de los dos años este niño suele ser menos activo que otros de su edad y siguen gustándole las rutinas previsibles. A veces se le cataloga como “tímido”, pero no es del todo cierto; simplemente necesita más tiempo por esa reserva que es parte de su naturaleza. A partir de los seis años la mitad de estos niños suelen superar esta reticencia.
•Combativo. De bebé es sensible, irritable y algo tozudo. Llora mucho, es irregular en sus necesidades y le cuesta establecer un ritmo. Se altera con los cambios, se asusta fácilmente con luces y ruidos fuertes y le molestan la ropa que pica o el calor. Sus emociones, tanto las positivas como las negativas, son intensas. Si tienes un bebé combativo, cuando vaya creciendo un poco comprobarás que sigue siendo extremo en sus reacciones: tan pronto coge una rabieta por una nimiedad como estalla en una euforia desbordante y te cubre de besos. Comprende que no lo hace intencionadamente y enséñale a controlar sus impulsos (con el tiempo lo logrará). Y ten presente algo muy positivo: de mayores, estos niños suelen ser personas competentes, creativas y pensadores independientes.
•Activo. Es impaciente, curioso, intenso. Corre más que camina, se sube a los sitios… no puede estar quieto (algunos son temerarios) y muchas veces resulta agotador. Sus reacciones son fuertes y sabe lo que quiere. A los dos años es más torbellino que otros niños de esta edad. Eso sí, se le puede llevar a cualquier evento, siempre que se le dé oportunidad de moverse. A su vez, el niño activo puede manifestar una disposición fácil o combativa (aunque su característica principal es la necesidad de acción continua).

Una guía muy útil

Descubrir en cuál de estos cuatro temperamentos encaja mejor tu hijo te servirá como una buena referencia a la hora de tratarle en el día a día. Pero recuerda que estas categorías son sólo una base. No las consideres un dato inmutable ni las uses para etiquetar a tu niño, porque la realidad es más compleja y él está en un proceso continuo de desarrollo. De hecho, lo normal es que no cumpla todas las características de una sola categoría y que comparta aspectos de otras.

Además, ten en cuenta que algunas conductas de tu hijo son inherentes a la fase vital que atraviesa, no rasgos de su temperamento. Por ejemplo, entre los 18 y los 36 meses los niños afianzan su personalidad y la rebeldía les sirve para fortalecer su “yo”. Por eso a esta edad a la mayoría les cuesta colaborar y suelen responder con un “no” a casi todo.

Tu temperamento influye

Por último, busca también la categoría de temperamento en la que encajas tú. Ésta determina en parte el modo en que reaccionas con tu hijo, ya que entre vosotros existe una influencia mutua.

Por ejemplo, si tú eres activa y a tu hijo le cuesta adaptarse a los cambios, es posible que te impacientes con él y tiendas a apremiarle, lo que le pondrá nervioso. O si él es combativo y tú tranquila, seguramente te alterará más. Esto explica, además, por qué a la hora de manejar situaciones difíciles con el niño, tú llevas mejor algunas y tu pareja otras.

Recuerda, en definitiva, que sean cuales sean los rasgos naturales de tu hijo, pueden ser modelados para que se comporte socialmente bien sin aniquilar su propia forma de ser. En ello estriba el reto de la educación.


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